Regresar.
Retomar el cauce discontinuo de la búsqueda.
Allí donde habita
el pulso del día osado.
Sentir.
Sonrisa impávida del corazón en vela.
La síncopa exacta
arropando al miedo.
Despertar.
Vuelta al oficio de contar guijarros,
urdir palabras,
desarmar andamios.
Porque allá donde pudo
fue a penas verdad,
la herida es un cuenco
vacío
entre manos extrañas.
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